En su estudio —una especie de apéndice del piso familiar al que se llega a través de un estrecho pasillo secreto—, situado en el call de Girona, Corominas despliega, sirviéndose de múltiples formatos, una aventura creativa que se suele asociar a un tipo específico de pintura de filiación expresionista abstracta pero que, en realidad, es solo una versión del litigio abierto que el artista mantiene con la forma y el color: las telas y los bastidores pueden minimizarse a favor de los cuerpos tridimensionales que proliferan en aparente anarquía volitiva, y estos, a su vez, pueden ser silenciados por las voces que emergen como un torrente incontrolable de los cientos de libros, cuadernos, libretas o papeles despistados.